lunes, 16 de abril de 2007

Artìculo de La Razón


El hada verde sobrevuela Bolivia


Texto: Óscar Díaz Arnau / Miguel Vargas Saldías Revista Escape


La bebida alcohólica que es producto del macerado de la planta de ajenjo sedujo a los poetas malditos de fines del siglo XIX. A ella se le achacaron poderes alucinógenos y hasta asesinatos. Fue prohibida en Europa, pero nunca dejó de consumirse. Actualmente está de moda en Bolivia: se propagó hacia varios departamentos desde Sucre, la ciudad de los \'locos\'.


Esta descentralización de la propiedad de la locura se explica por los extraños poderes de la planta de ajenjo, color verde inofensivo, verde hechicera. Quién diría que la locura podría incubarse, sembrarse, macerarse por seis meses, saborearse y hasta exportarse. En rigor, el ajenjo —tal como se conoce en Bolivia al licor de esta planta— se mezcla con otras hierbas, pero el resultado es una pócima cuyos secretos se guardan bajo siete llaves hace más de 100 años.


La planta estuvo siempre confinada al ámbito casero: nunca pasó del ombligo del patio o del jardín; y, con el paso del tiempo, se ha ido perdiendo. A José Iván Tomianovic, cuyos padres fueron pioneros en el cultivo y preparado del ajenjo en Sucre, le sobreviven pocas ramas en la calle Camargo. La absenta es una bebida de elevado contenido alcohólico (entre 70 y 89,9 grados), que alentó la genialidad de un puñado de artistas europeos.


Se le llamó Artemisia absinthium, por la diosa griega de la castidad que recibió favores de la embelesadora infusión, motivo por el cual le regaló su nombre. Se dice que el hechizo del destilado y el macerado de ajenjo volvió locos —en el sentido sucrense de la palabra— a artistas de la talla de Baudelaire, Verlaine, Wilde, Hemingway, Poe, Jack London, Manet, Rimbaud, Degas, Van Gogh, Picasso... y la lista continúa. Óscar Wilde hizo célebre esta frase:

“Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, uno ve cosas que no existen. Finalmente uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir”.


Las letras, la pintura y la música tuvieron de protagonista al ajenjo. El verde maldito no tuvo límites y se introdujo, inclusive, en la Biblia: “El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo” (Apocalipsis 8, 10-11).


El hada verde en Chuquisaca Bajo la influencia gala, la Academia de la Mala Lengua se vio envuelta en los sabores del ajenjo durante sus tertulias de siglo XX. Estos literatos, historiadores, sociólogos y músicos chuquisaqueños —conviene aclarar— no heredaron la fama de malditos de los poetas franceses que seguían el vuelo del hada verde, con la que se emparenta a la absenta por obra y gracia de la alucinación.


Un ex miembro de la Academia de la Mala Lengua, el escritor Luis Ríos Quiroga, explica el lazo cultural de antaño con toque socarrón: “En los bailes de la plutocracia en el castillo de La Glorieta, pese a estar a orillas del (río) Quirpinchaca (donde van las aguas servidas de Sucre), se imaginaban seguramente estar a orillas del Sena, con grandes bailes de miriñaque. Entre valses de Strauss, seguramente aparte de champaña, se sirvió ajenjo al estilo francés”.


Aclara que la bohemia sucrense acostumbraba tomar el ajenjo sólo en ocasiones especiales. “Sabíamos que era una bebida que, abusando de ella, nos perturbaría un poco la cabeza. Sin embargo, era muy estomacal, tenía el sabor de anís, de la cola de mono y era color verde mar, nada fuerte, de sabor dulzón pero trepador. Se tomaba sorbo a sorbo; ningún seco”.


En su salón Luis XV (“oasis donde dábamos rienda suelta a nuestras ideas, a nuestros sueños”), desde el sillón donde se sentaba Gunnar Mendoza, ex director del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Ríos Quiroga recuerda a los miembros de la Academia: Carlos Morales y Ugarte, Hugo Poppe Entrambasaguas, Gonzalo y Ramiro Gantier, Carlos Condarco, Agar Peñaranda, Fidel Torricos Cors, Mariano Arrieta, entre otros, a los que ocasionalmente se sumaba Matilde Casazola.


Degustaban el ajenjo con agua, como también hoy se sirve en los bares bolivianos. Hay dos formas usuales de beberlo: una, puro y de un solo trago, en vaso dedal acompañado de otro mayor con agua, para calmar el sabor amargo y el fuego que enciende el alcohol a su paso por la garganta. La otra, en un vaso largo y con hielo, luego de servirlo con una medida de tres cuartos y agua a goteo; esta forma —lenta y estética— provoca una reacción química que pinta a la bebida de un color blanco opalino.


Pero esto no debería ser así, según la propietaria del Salfari, Khatya de Moscoso. Para ella, la mezcla “inhibe el efecto” de la bebida. Tomianovic, en cambio, defiende esta forma, suavizada, que deja en la boca un agradable gustillo a anisete. Moscoso dice que el ajenjo sólo es para mayores de 21 años y piensa que la gran demanda se debe a las ansias de vivir la experiencia. En internet se cuentan miles de historias sobre el hada verde y su poder de seducción; por ejemplo, que en las postrimerías de 1800 “desencadenó olas de borrachera en Europa”. En esos tiempos, a la absenta le atribuyeron poderes alucinógenos y hasta asesinatos; sus detractores la vincularon con el demonio y propagaron que, consumiéndola, uno se vuelve tuberculoso, loco o paralítico. Estas y otras noticias llevaron a las autoridades del Viejo Mundo a prohibir su venta en 1915. Por ese afán humano de desobedecer la orden de no comer el fruto del árbol prohibido, la veda alentó la comercialización de la absenta y el último hálito verde nunca llegó.


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